El sello de mi pasaporte

Tomar la decisión de contemplar un verano fuera de mi país y ser empleado de una cadena de supermercados fue uno de mis retos del año en curso. Sin duda, mis expectativas, antes de arribar a los Estados Unidos, fueron muy grandes, pero, siempre alcanzables. Desde el primer día que visité OFIT Dominicana, mi mente, alma y corazón se unieron para tomar la disposición de vivir un increíble y espectacular verano, como lo es Mi Verano es OFIT.

Desde antes de salir del país, algunas de mis expectativas no fueron las ideales. La mayoría del tiempo me concentraba en solo un elemento: dinero. Mis ojos se llenaron de papeletas verdes y de comida rápida y económica, hasta que llegué a mi destino final (Charleston, Carolina del Sur). Aquí emprendí y compartí con geniales delegaciones de países, como: Filipinas, China, Tailandia y Jordania. Antes de que esto sucediera, mi mente no comprendía del todo que las consecuencias de un proceso de visado y compromiso con Ofit sería un intercambio cultural a máxima expresión y una nueva manera de ver el propio esfuerzo, trabajo y sudor.

Increíblemente, en mis objetivos a cumplir este verano no se incluían muchos acontecimientos, como: no vivir o trabajar con dominicanos o personas de habla hispana, tener una infección en un dedo, promover y organizar mi equipo de trabajo y ser invitado por un pastor a abrir un grupo pequeño de reflexión. Sin duda alguna, me he sometido a conceptualizar lo dicho por mi abuelo: Dios conmigo y yo con él, Dios adelante y yo atrás de él. A lo largo de todo un verano, esta frase ha ayudado a la mejora de mi actitud ante la vida y el empleo y, también, al desempeño de mi lenguaje anglófono y mis habilidades de trabajo.

Para concluir, mis expectativas de esta experiencia han sido logradas y, al mismo tiempo, excedidas y rebasadas por vivencias. Algunas de estas no fueron tan apetecibles, pero otras podrían ser llamadas codiciables. Traigo a Republica Dominicana una maleta llena de acontecimientos y hábitos que no conocía. Mi corazón y alma están sellados en mi pasaporte. 

Miguel Díaz,

Verano 2018